

Bien sabido es que a Justo José de Urquiza lo asesinaron en su palacio de Entre Ríos el 11 de abril de 1870, una década después de haber dejado la presidencia, convirtiéndose en el último expresidente argentino muerto en un acto premeditado y violento, detalla un informe histórico que publicó el diario La Nación este mediodía.
Luego de este episodio, Domingo Faustino Sarmiento sufrió un atentado un sábado a la noche de 1873 mientras viajaba en su galera a ver a Aurelia Vélez Sársfield. El sanjuanino estaba tan sordo que no escuchó los disparos y se enteró del atentado muy risueño a través del jefe de policía Enrique O´Gorman cuando llegó a la casa de la escritora, con quien vivía un amor clandestino.
Si bien fueron capturados los autores, Francisco Güerri, Pedro Güerri y Luis Casimir, nunca se pudo establecer la causa de por qué estos marineros italianos quisieron perpetrar el magnicidio, pues el instigador, un tal Aquiles Segabrugo, otro italiano conocido como “el austríaco”, fue muerto “en defensa propia” por Carlos María Querencio.
Julio Argentino Roca fue atacado de un piedrazo mientras se dirigía al Congreso en el inicio de sesiones de 1886 por un tal Ignacio Monjes que llegó a herir en la cabeza del Presidente. Este fue prontamente atendido por su amigo el doctor Eduardo Wilde, quien a la sazón era ministro de Justicia y Culto, mientras que el agresor fue capturado por Carlos Pellegrini -un gigante de casi dos metros–, que lo asió de los cabellos. Monjes, a pesar de su epilepsia, no fue declarado insano y pasó 10 años en prisión.
No fue este el único atentado contra Roca. En 1891, cuando era ministro del Interior de Pellegrini, un menor de apellido Sambrice disparó contra el coche en el que se trasladaba. La bala se incrustó en la pared del vehículo que aún se conserva.
En 1905 le tocó el turno a Manuel Quintana, atacado en Av. Santa Fe y Maipú por un agresor que disparó desde corta distancia dos veces contra el presidente (1904-1906), quien siguió su camino casi sin inmutarse, mientras perseguían a quien había efectuado los disparos: un tal Salvador José Planas y Virella, un catalán de inclinaciones anarquistas. Una vez capturado confesó sus intenciones. Fue encarcelado, pero en 1911 logró huir de prisión y jamás fue hallado.
El atentado contra José Figueroa Alcorta tuvo ribetes cómicos ya que, en febrero de 1908, cuando el presidente acababa de bajar de su vehículo a las puertas de su casa, le arrojaron una bomba que atinó a patear mientras reducían al agresor, Francisco Solano Regis, un salteño que se había documentado sobre la fabricación de explosivos con un libro redactado por un militar español.
Lo condenaron a 20 años “con diez días de reclusión solitaria en los aniversarios del atentado”. Fue encerrado en la Penitenciaria Nacional donde también estaba Planas y Virella, y desde allí ambos pudieron escaparse. De esta forma fue como dos fracasados magnicidas terminaron evadiéndose de la Justicia. No solo compartieron la intención delictiva sino una libertad inmerecida.
A Victorino de la Plaza un individuo le disparó durante el desfile del 9 de Julio de 1916. La bala dio en una moldura del balcón de la Casa Rosada. El segundo disparo falló y el autor fue detenido mientras gritaba “Viva la Anarquía”. Se trataba de un tal Juan Mandrini, porteño, de 24 años. El presidente se limitó a decir: “Este loco merece que lo condenen… por mal tirador”.
Hipólito Yrigoyen fue agredido el 24 de diciembre de 1929 mientras se dirigía en el auto presidencial a su hogar en la calle Brasil. Un hombre dio tres disparos contra su vehículo. Dos policías fueron heridos pero el agresor, Gualterio Marinelli, italiano, murió. Persistió la duda de si, efectivamente, se trataba del atacante o era una víctima fortuita del atentado.
Más allá del gran informe del periódico capitalino, es importante destacar que en la historia argentina se dieron otros casos con implicancias más graves, o que hubieran provocado otras consecuencias de gravedad para la vida institucional argentina.
Uno de los casos más emblemáticos es el del expresidente radical Raúl Alfonsín, que sufrió tres ataques particulares. El primero fue en mayo de 1986, cuando estaba de visita protocolar en Córdoba, al comando del Tercer Cuerpo de Ejército. Antes de que llegara la comitiva presidencial un elemento "dudoso" fue detectado por uno de los dos oficiales que lo custodiaban. Se trataba de un artefacto explosivo de enorme poder destructivo. Estaba puesto para que detonara cuándo el mandatario pasara cerca de ese lugar.
Otro de los episodios fue en San Nicolás, en Buenos Aires, el 23 de febrero de 1991. Ismael Darío Abdalá intentó asesinar al expresidente disparándole con un revólver, en pleno acto de campaña.
También Juan Domingo Perón pasó por algunos intentos de magnicidio. El primero fue en abril de 1953, en la Plaza de Mayo y en un acto de la CGT. Los trabajadores se habían hecho presentes para manifestar su apoyo, el líder brindaba un discurso desde la Casa Rosada cuando dos bombas explotaron causando mucho estruendo. Una detonó en la confitería del Hotel Mayo y la otra en el subte de la estación Plaza de Mayo.
Como dato de color, y más atrás en la historia, Juan Manuel de Rosas tuvo un intento de asesinato que implicó una organización mucho más compleja. En 1841 recibió un regalo de un grupo de unitarios, en plena lucha de “unitarios contra federales”, pero resultó ser que la caja, que supuestamente contenía medallas, se trataba de un aparato diseñado con cañones listos para disparar una vez abierta.
La mandaron al domicilio de Rosas y Manuelita, contenta por el regalo, lo abrió. Por circunstancias que se desconocen la máquina no disparó y actualmente se conserva en el Museo Histórico Nacional.