Al ritmo de los más de 35 mil argentinos que coparon el Ahmed bin Ali Stadium y no dejaron de cantar ni un minuto, la Selección de Messi se impuso con jerarquia en el duelo por los cuartos de final de la Copa del Mundo de Qatar 2022, aunque con algunas inquietudes sobre el final por un gol australiano de carambola que llegó faltando 13 minutos para el cierre y un par de jugadas milagrosas que salvaron del alargue a un equipo ya extenuado.
Argentina se impuso con fútbol y coraje y ya está entre los ocho mejores del certamne, un lugar que se ha ganado a base de ser más Argentina que nunca, más Messi que nunca. Los de Scaloni entendieron después de la derrota inaugural contra Arabia Saudita que el Mundial se gana desde el control. Un control obsesivo, enfermizo. Incluso sabiéndose superiores a Australia, afrontaron al partido con una calma que antes era obsesión. Argentina piensa con la cabeza y siente con el corazón. Argentina mastica, no sólo muerde.
El encuentro lo ejecutó tal y como lo había planeado, al menos hasta el tramo final. Entre una maraña de rivales en mediocampo, al capitán albiceleste le tocó la misión de erosionar la defensa contraria a base de picar piedra. Juntarse con De Paul, Papu, Mac Allister o Enzo le hace feliz. Cuantos más toca la pelota, más redonda es la Selección.
Australia mostró carencias, pero estuvo ordenada. No amenazó el arco defendido por Dibu MArtínez hasta casi el final y buena parte de culpa la tuvieron los representantes nacionales, quienes, después de ese tropezón que a esta altura pareciera de otro campeonato, dominan a sus rivales como pocas selecciones en el Mundial.
El desequilibrio era cuestión de tiempo. Con Messi todo es más fácil. En una falta lateral a los 35 de la parte inicial, la pelota se quedó suelta dentro del área para que él 10 la domine como solo él sabe hacerlo y con un toque sútil de zurda al palo más lejano del arquero ponga en ventaja a un combinado albiceleste que dominaba, pero no tenía profundidad.
El tanto dio a los de Scaloni el respiro que ya mostraba sobre el césped. Si a eso se le suma el trabajo de Enzo, las lecturas de Otamendi y del Cuti Romero, denotan que el equipo tiene la vigilancia alerta. El entrenador, como viene haciendo en el Mundial, se adelantó al desenlace de partido con un cambio sorprendente pero necesario. Quitó al Papu, metió a Lisandro, un tercer central, y liberó el mediocampo para deleite de Messi.
Con más espacios, Leo se sintió cómodo. Los movimientos de Julián Álvarez también le ayudaron, igual que al equipo. El hambre de Argentina se reflejó en el segundo tanto, una presión de De Paul que asfixió a Ryan, ahí en el área chica, donde duele. El arquero oceánico no hizo más que regalarle la pelota a Julián en su intento por sacarla y el del City lo aprovechó.
De ahí en más fue un monólogo de la Selección, que pudo hacer el cuarto antes que el tercero. Entró Lautaro y se fue al banco el todoterreno Álvarez. Pero un golpe de fortuna de Goodwin -y la mala suerte en el rebote de Enzo- comprimieron el marcador cuando nadie lo esperaba, a 13 del final.
Los miedos que no habían aparecido hasta entonces asomaron en un internada de Behich que cortó Lisandro, colosal. Pudo sentenciar el resultado el centrodelantero del Inter dos veces y hasta Messi, pero el corazón argentino se encogió como un puño con un remate en la última jugada que salvó Dibu Martínez de manera inconmensurable.
Argentina sabe hacer de su paciencia una virtud y tiene a Lionel, quién mejor, como desatascador eterno. Así se superan mejor los nervios. Y así avanza la Selección, con 45 millones de almas ilusionadas como nunca.