

La austera playa artificial montada en el escenario de la cancha de Vélez, con apenas unas falsas palmeras y una solitaria reposera en el medio, tomó vida y terminó siendo el marco de una veraniega fiesta de baile y color en las más de dos horas y media de reguetón a mansalva que Bad Bunny regaló en la noche del sábado a un devoto público que vivió el show en un permanente estado de éxtasis, describe la crónica de Hernani Natale para la Agencia de Noticia Télam.
El archilaureado artista puertorriqueño cerró así la serie de dos presentaciones en el José Amalfitani, en el marco de su gira “World´s Hottest Tour", que quedará en la memoria de quienes asistieron como una de las más grandes fiestas playeras que pudieran ofrecerse en una ventosa noche porteña.
Es que no resulta para nada exagerado asegurar que la combinación perfecta de un repertorio capaz de hacer mover hasta al más acérrimo detractor del género, un fascinante cuerpo de baile, el carisma del protagonista de la velada, la colorida puesta y, por supuesto, el fervor de las cerca de 90 mil personas en total que fueron testigo en ambas noches no tuvo nada que envidiarle a una auténtica tarde de baile en una playa caribeña.
De menor a mayor, Bad Bunny fue poblando la sobria playa de ritmos y colores. Así, la imagen del inicio del show, sentado solo en la reposera y tapado con una capucha, fue mutando hasta acumular largas charlas con los presentes con abundantes frases laudatorias, invitaciones a algunos fans a subir al escenario a bailar, un vuelo literal sobre una plataforma por todo el estadio y encendidas arengas.
Fue allí en donde tuvo a dos aliados fundamentales: el numeroso cuerpo de baile que llenó de simpatía el escenario y el despliegue escénico, con fuegos artificiales, rayos laser, pantallas, pasarelas y pulseras con luces led repartidas al público, como las que también se están utilizando en los shows de Coldplay.
Del mismo modo, la letanía rítmica y la ausencia melódica de los primeros minutos de show fueron ganando en texturas y variedad para que, siempre dentro de los terrenos del reguetón, subyacieran distintas vertientes latinas, como la bossa nova y el calypso, y hasta sacudones de música electrónica, que ofrecieron algunas variantes interesantes.
Y por supuesto que, como en toda fiesta, no hubo más que baile, diversión desprejuiciada e insinuaciones sexuales; por lo que nadie reclamó planteos existencialistas, grandes relatos o compromiso en las líricas; ni tampoco evaluó como imprescindible que hubiera músicos, solo bastó con que suene música.
Entonces, sobre pistas disparada por un Dj, Bad Bunny habló en sus canciones de perreo, de amor, de sintonía sexual con otras personas, de la playa, de las ganas de bailar y divertirse; pero igual se permitió algunas excepciones, por caso, cuando sobre el final hizo alarde de su orgullo latino en la incendiaria versión de "El apagón", todo un gesto político del boricua.
Y si en la primera noche hubo un reconocimiento al arte local a partir de la inclusión de un breve fragmento de "Demoliendo hoteles", de Charly García; en la segunda velada ocupó este espacio la voz aislada del recordado Marciano Cantero en el hit de Los Enanitos Verdes "Lamento boliviano". No hubo en cambio en la segunda fecha algún invitado de impacto como sí ocurrió en la primera, cuando apareció Duki sobre el escenario.
Con total puntualidad, Bad Bunny ingresó al escenario enfundado con un poncho, una capucha y una heladera de camping en la mano, se sentó en la reposera e inició el espectáculo con "Moscow Mule", siguió con "Me porto bonito", "Un ratito" y "Efecto". Luego, saludó al público: "Buenas noches, Argentina. Bienvenidos al tour más caliente. La segunda noche en Buenos Aires. La noche de ayer fue increíble y hoy yo sé que va a ser igual, o quizás mejor, no sé, eso está en ustedes".
"Yo lo que quiero es que disfruten la noche de hoy, que la hagan suya- continuó-. Esto es de ustedes, que bailen, que perren, que griten, que hagan lo que quieran".
Bad Bunny en el estadio de Vélez Sársfield.
A partir de allí iba a dar inicio el verdadero show con el ingreso del cuerpo de baile, el encendido de las pulseras del público que llenaron de color el estadio y las explosiones de todos los hits más bailables del internacional artista. Para entonces, poco importaba ya qué canción se sucedía. La fiesta era total, Bad Bunny había sentido en carne propia el amor de sus fans argentinos y ellos, a la vez, habían sido parte de una celebración que había superado las expectativas.
No sonó entonces desmesurada la promesa de un pronto regreso que el boricua dejó flotando en el aire, cuando ya había logrado instalar por anticipado el verano.